Descripción de la obra
La blasfemia, esa supuesta ofensa a una víctima que nadie ha visto ni ha tenido el gusto de saludar, se ha convertido a lo largo de la historia en un mecanismo de integración política y social más importante, si cabe, que el sufragio universal.
Fue la Iglesia, y no otra entidad, quien hizo de la blasfemia un delito sin víctima, mediante el cual ejerció una violenta cruzada contra toda persona, institución o ideología que supusiera una crítica frontal contra el poder eclesial y, con el tiempo, político. Gracias a la Iglesia, el blasfemo, y todos los sujetos elevados a la misma condición de seres inmundos -herejes, homosexuales, impíos, ateos-, se convirtió en un chivo expiatorio sobre el que cayeron, una tras otra, las calamidades que los poderes eran incapaces de curar, por ser ellos mismos la causa.
El Estado fue el gran aliado cabrón de esta Iglesia violenta e inquisitorial, incapaz de saber el significado de la palabra piedad . La Iglesia alcanzó el poder que alcanzó gracias a la connivencia del Estado, enajenado ante sus veleidades fundamentalistas.
Si hoy no se persigue la blasfemia religiosa, como lo hicieron en vida del Innombrable, sí se castiga la blasfemia política, que, en esencia, reproduce los mismos mecanismos represivos de la primera. ¿Alguien ha oído alguna vez quejarse al Estado de Derecho, a la Democracia o a la Constitución? Y, sin embargo, los supuestos delitos contra tales entidades abstractas se pagan tanto o más caras que las infundadas ofensas contra el Altísimo.
De todo ello se habla en este libro.