Descripción de la obra
Diez veces un anciano de cabellos blancos aparece en escena. Diez veces resopla y suspira. Diez veces dibuja lentamente extraños arabescos multicolores que se anudan entre sí y con los meandros y volutas de su palabra unas veces embrollada y otras liberada. Una multitud contempla estupefacta al hombre-enigma y recibe el ipse dixit aguardando una iluminación que se hace esperar.
Non lucet, no hay claridad ahí den tro, y los Teodoro buscan fósforos. Sin embargo, piensan: cuicumque in sua arte perito credendum est, quien ha probado ser hábil en su arte merece crédito. ¿Á partir de cuándo al guien está loco? El maestro mismo plantea la pregunta.
Eso era antes. Eran los misterios de París hace treinta años. Tal como Dante que toma la mano de Virgilio para aventurarse en los círculos del Infierno, Lacan tomaba la de James Joyce, el ilegible irlandés, y, tras
este desgarbado Comendador de '-' los Incrédulos, entraba con paso pesado y vacilante en la zona in candescente donde arden y se retuercen mujeres-síntoma y hom bres-estrago.
Un cortejo equívoco lo secundaba como podía: su yerno; un escritor desgreñado, entonces joven y también ilegible; dos matemáticos que dialogan; y un profesor lionés que testimonia la seriedad de todo el asunto. Una Pasifae discreta se desvivía detrás del telón.
¡Ríanse, buena gente! Por favor. ¡Búrlense! Nuestra ilusión cómica está allí para eso. Así no sabrán nada de lo que tiene lugar ante sus ojos desorbitados: el examen más meditado, más lúcido, más intrépi do, del arte sin par que Freud inventó y que se conoce con el seudónimo de psicoanálisis.
Jacques-Alain Müler