Descripción de la obra
La Evaluación Psicológica se ha convertido en la pieza imprescindible para empezar cualquier tipo de análisis de la conducta humana que pretenda atenerse a las normas de un conocimiento objetivo.
Cuando esa conducta es patológica esto es reduplicativamente importante, puesto que ahí se trata de obtener la información necesaria para formular un diagnóstico y diseñar la planificación de la intervención.
Es decir, se trata de una precisión sobre el qué con consecuencias sobre el cómo.
Hay que reunir datos que permitan determinar el tipo de alteración que tenemos delante y además perfilar sus características en orden a establecer las líneas maestras de un tratamiento.
Históricamente la acción diagnóstica ha estado ligada a la selección, la clasificación y el tratamiento y en ello se sigue aunque acerando la precisión del conocimiento que pueden hacerla más eficaz.
El primer paso evaluativo tiene necesariamente que hacer opciones que garanticen el consenso entre expertos y que construya un lenguaje común en el que todos se puedan entender.
La universalidad es característica esencial de la ciencia.
Es necesario el uso de conceptos unívocos, de modo que todos los profesionales entiendan lo mismo al hacer sus diagnósticos.
En último término, diagnosticar consiste por lo pronto en denominar adecuadamente aquello que analizamos.
Los manuales diagnósticos, tanto el DSM como el ICD, en sus diferentes ediciones, han facilitado grandemente ese lenguaje común entre expertos de diferentes orientaciones diagnósticas.
Con ello se ha facilitado enormemente la comunicación de resultados entre profesionales.
Ya solo por eso deberíamos estar eternamente agradecidos a los estudiosos que han gastado su tiempo y su esfuerzo en conseguir establecer ese lenguaje comunitario.
Sin embargo, esto no basta a la hora de conseguir una correcta evaluación de un sujeto.
Ha habido enormes críticas sobre la aplicación de criterios diagnósticos por diferentes profesionales y su fiabilidad.
Es imprescindible una precisión más, a saber, el cuantificar adecuadamente la conducta patológica considerándola como un continuo que se extendiese entre los polos de la normalidad y la patología.
Esta necesidad ha hecho florecer una y otra vez las técnicas de evaluación que complementan los criterios y los enriquecen.
Tanto la observación directa de la conducta, como la autoinformación y la heteroinformación logran cubrir con registros y con preguntas concretas las distintas formas de presentarse en concreto los distintos elementos patológicos característicos de cada perturbación.
La combinación de las metodologías categorial y dimensional cierra el círculo y permite orientar el diagnóstico con una seguridad mayor.
A última hora el uso del multimétodo más completo y complejo es lo que actualmente recomiendan todos los expertos.
Tenemos que decir qué le pasa a un sujeto que busca ayuda y luego perfilar cuáles son sus posibles soluciones.
Esto sólo se consigue, cuando se logra, ap